Un cuento para leer y debatir en un encuentro entre padres y el autor de libro.
Adelanto exclusivo del libro La Paciente Impaciente del Lic. Rolando Martiñá* (Editorial Del Nuevo Extremo).
Disculpe, doctor... Yo sé que esto está mal, no vaya a creer. Yo soy psicóloga, aunque nunca ejercí la profesión, porque mi ex marido es arquitecto, y justo cuando me recibí, con los chicos de cuatro y dos años, a él le salió un proyecto en el sur y nos fuimos. Pero de todos modos, tengo mis lecturas, mi experiencia como paciente, mis grupos de estudio... Así que tengo claro que esto es entrometerme en la vida de Nico... Pero, la verdad, es que estoy desesperada... Nunca creí que iba a decirle esto a un colega... Siempre fuimos gente capaz de controlar las situaciones. Además, criamos a nuestros hijos de un modo moderno; nada de represión o de autoritarismo. Todo fue explicado, todo tuvo sus razones... Leímos libros sobre el tema, y yo, en particular, aprobé, no hace mucho, justamente un seminario sobre adolescencia... Pero no sé... En algo nos equivocamos... O será la época. Qué opina usted? Sí, ya sé, disculpe, usted no debe opinar... Es que me siento tan mal que me olvido de todo lo que aprendí... Siento que hago todo mal.
Pero lo peor fue la vez pasada. Sabe lo qué me dijo? Que él no quería ser el hijo de la pavota. Y yo, doctor, me habré olvidado de muchas cosas, pero si algo me quedó grabado de la Facultad fue que lo dicho dicho está. Y que todo tiene un significado. Un significado oculto, que sale así, por palabras dichas de ese modo... Ay! doctor, de sólo pensarlo me vuelvo a angustiar, perdóneme... Pero qué entendería ud. si un hijo le dice que no quiere ser el hijo de la pavota? Un hijo adolescente, que me ha dicho hasta el cansancio que yo no entiendo, que vivo en otro mundo? Eh? Qué entendería Ud? Lo que entendí yo, seguro: que no quiere ser mi hijo, doctor... Ay! discúlpeme... Es que... Es muy duro... Reniega de su origen, doctor; reniega de su madre, no se reconoce hijo de ella... Y yo que lo he criado sola... Porque si renegara del padre, todavía, que se fue cuando tenía ocho años y no se ocupó más de él. Pero de mí, que no volví a formar pareja hasta hace poco, para no dañarlo... Que lo mandé a los mejores colegios trabajando como una burra, descuidándome a mí misma, postergando mi realización... No es justo, doctor, no es justo... Y además, cuando le digo estas cosas, se me ríe en la cara y me dice:”ves que tengo razón? no entendés nada”... Y yo me vuelvo loca... Y sobre llovido, mojado... y es de nunca acabar.
Menos mal que lo pude hablar con mi nueva pareja, que con él, por suerte, hablamos todo. Me dijo que yo por ahí estaba magnificando, que era un modo de decir, que habría que ver...Todo desde el sentido común, vio? Pero claro, él no es el padre. Y mucho menos la madre, que lo tuvo en la panza, llena de ilusiones... Que vio cambiar su cuerpo, ensancharse, engordar, perder la silueta de la que estaba tan orgullosa, sin importarle nada, por primera vez en la vida. Que lo llevó a la Feria del Libro desde que apenas caminaba, para conectarlo con la cultura, para que todo no fuera televisión y televisión; que resignó muchas cosas para mandarlo al colegio más progresista de Buenos Aires; que lloró como una tonta cuando lo vio llevar la bandera de ceremonias en el acto de egresados: el mejor alumno de la primaria...! El mejor promedio y la mejor conducta...
Después, no sé. Empezó la secundaria y empezó el desastre. Y no fue por nuestra separación, porque ya habían pasado varios años y lo habíamos manejado bastante bien. Tuvimos varias sesiones de pareja y los chicos fueron a la psicóloga bastante tiempo. Pero, no sé. Cómo se pasa de abanderado a trasgresor? Habrán sido los compañeros, no sé. Al principio, todo parecía seguir como en la primaria. Pero a partir de tercer año se vino abajo todo. Y ahora que lo digo, me empiezo a espantar por la nena que el año que viene empieza tercero... Qué pasa en tercer año? Son las hormonas? Los malos modelos sociales? La falta de contención de los docentes? Un día vino y me dijo que eso era una “guardería de adolescentes”,”que como no saben qué hacer con ellos los guardan ahí durante un tiempo para que no jodan”, y mientras tanto” los profesores hacen que enseñan y ellos hacen que estudian”... “Que todo es un juego...” No supe qué decirle. Y no sería la última vez. A cada rato me salía con cosas así. Otra vez me contó que lo habían propuesto para la comisión de autodisciplina y que no había aceptado. Que “eso era un verso y él no era ningún buchón”. “Que cómo iba a estar vigilando a sus compañeros si el que tenía más ganas de hacer quilombo era él...””Que nos cuiden los grandes!”me dijo... Se da cuenta, a mí que hice lo imposible para que fuera autónomo?
En cuarto ya fue el acabóse. Tuve que tener varias entrevistas con la psicopedagoga, con el profesor tutor, y hasta con la Rectora. Nunca sacábamos nada en claro, nadie sabía muy bien qué hacer. Ninguna de esas personas quería perjudicar a los chicos, pero tampoco sabían como ayudarlos. Y a veces terminábamos peleando entre nosotros, a ver quién tenía la culpa...
Fue en una de esas entrevistas que la Rectora me preguntó: “Quiere que llamemos al alumno?” Asentí. Y “el alumno” se presentó. Como si nada, como si no hubiera nada en juego. Y ahí fue que, con un nudo en la garganta, le pregunté por qué me hacía todo esto. Y contestó la famosa frase “Yo no quiero ser el hijo de la pavota”. Ahí me largué a llorar. La rectora lo retó por hacerme sufrir y lo mandó al aula. Me consoló, me ofreció un vaso de agua y me habló un rato largo sobre esta época nefasta y la crisis de valores. Salí hecha bolsa. Y me acordé de lo que siempre me decía mi terapeuta: que tenía que correrme un poco de ese lugar... Yo no sabía muy bien de que lugar se trataba ni hacia dónde correrme, pero lo interpreté como pude y decidí que yo no iba a sacrificar mis vacaciones por este sinvergüenza que me hacía pasar gratuitamente tales papelones. Así que nos fuimos a Punta del Este con mi hija, mi pareja y los dos hijos de él. Y que Nico se quedara en Buenos Aires, estudiando la pila de materias que debía rendir.
En realidad, doctor, yo vine más que nada para saber qué pasó acá... Sí, doctor, no me mire así... Algo pasó acá... Porque yo no me termino de tragar lo que me dijo entre carcajadas mi pareja cuando tomó el tubo de mis manos porque me desmayaba... Después de varias semanas sin noticias, suena el teléfono y corro: era él, era Nico. No sé si estaba borracho, o...algo peor, pero se lo notaba muy animoso, me dice que sí que está estudiando, que estaba todo bien y cuando está por cortar me agrega como al pasar “ Ah! empecé a ir al psicólogo que me dijiste, y no sólo eso, sino que le salvé la vida...” Yo no podía creer lo que oía, casi gritando le pedí explicaciones. Y el muy turro me dice:”Sí, no sabés, fue tan terrible todo lo que le conté que salí un momento para ir al baño y cuando volví estaba queriendo ahorcarse tirando para arriba de su propia corbata...Menos mal que llegué a tiempo...” No pude más, me desplomé en el sillón. Mi pareja, tomó el tubo y lo puteó. Después se quedó unos segundos en silencio y empezó a reírse. Y no podía parar. Y cuando pudo, me dice que Nico le dijo: “En esta familia faltaron muchas cosas, viejo, pero lo que más falta es sentido del humor...”
(*) Rolando Martiñá, padre de dos hijos y abuelo de cuatro nietos, es Maestro Normal Nacional, Licenciado en Psicología clínica y educacional. Posgrado en Orientación Familiar, convenio Fundación Aigle- Instituto Ackerman de Nueva York. Miembro del Programa Nacional de Convivencia Escolar, Ministerio de Educación de la Nación. Consejero familiar y de instituciones educativas. Autor de "Escuela hoy: hacia una Cultura del Cuidado", Geema, 1997; "Escuela y Familia: una alianza necesaria", Troquel, 2003; "Cuidar y Educar", Bonum, 2006 y "La comunicación con los padres", Troquel, 2007. Mail de contacto: rmartina@fibertel.com.ar